Gracias por enseñarme a preparar las fresas, por hacer de
algo tan sencillo una explosión de sabores en la boca gracias a cada uno de los
ingredientes y al tiempo y al cariño invertido en lavarlas, cortarlas,
revolverlas y esperarlas.
Gracias por dejarme estar contigo en la cocina, aprendiendo
cómo mezclar los ingredientes y cocinar platos exquisitos cuando la nevera,
aparentemente, está vacía.
Gracias por vivir conmigo los colores de la India, las aventuras
en la China más desconocida. Siete días en el Tíbet. Oir rugir animales en la
sabana africana en un campamento alrededor de un fuego. Teherán nevado. Nieve
también en el invierno argentino, allá por fin del mundo. La casa del Ché. Y
tantos otros lugares.
Gracias por hacerme entender el otro lado del español, así
siempre podré seguir las películas argentinas sin perderme ni una sola palabra
del diálogo, por muy enrevesado y lunfardo que hablen los protagonistas.
Gracias por irte de casa, pese a todo el daño, porque diez años
contigo me han hecho lo que soy y me han preparado para ser capaz de encontrar
a su lado la felicidad más absoluta.
El también te da las gracias.
Precioso. Pero las gracias tendrías que recibirlas tú, no me cabe duda.
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