El campo de concentración de Banjica está desierto. Ese pacto colectivo de olvido hace que el lugar de sufrimiento de intelectuales serbios, partisanos y un puñado de judíos y gitanos se encuentre dolorosamente vacío el único día de la semana que abre sus puertas.
Los serbios llenan las terrazas, bares, parques y plazas. Visten ropas caras, se acicalan y cantan. Vivir, vivir desprisa, sin recordar. O, lo que es peor, rememorando sólo una parte. Cantar en voz alta, ahuyentando la memoria. Nadie es testigo? Nadie alza su voz por encima de los cantos vanos? "Oh, trae mala suerte. La muerte llama a la muerte, somos muy supersticiosos", me responden.
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