Creo que más que para unos correos,
mi estancia en Alemania va a dar para escribir un libro pero de los gordos.
Anoche fuimos a cenar con el profesor
de Hamburgo.
Para ello me había traído yo ropa
para cambiarme e ir un poco más arreglada a la cena (sencilla y elegante) pero
cuando vi que mis compañeros conservaban sus vaqueros, sus zapatillas y ¡sobre
todo que no falten!, sus camisas de cuadros, decidí dejar la ropa para mejor
ocasión (que dudo que sea en este país, visto el mal gusto que profesan a la
hora de vestir) y me limité a echarme colonia. Estoy haciendo un contaje y
algunos compañeros, o tienen todas las camisas iguales, o no se las cambian en
varios días.
Tras recoger al hombre en la estación
de tren, lo acompañamos a su hotel para que dejara la maleta y de allí nos
fuimos a cenar, que ya era hora, porque pasábamos de las 8. A la cena fuimos
sólo los profesores titulares, el jefe y el invitado: a saber, me fui yo sola
con 5 germanos.
Tras intentar ir a un biergarten, que
es algo así como un bar muy rústico con mesas al aire libre, tuvimos que
rechazar la idea, porque todos los habitantes de Erlangen habían decidido
tirarse a la calle al mismo biergarten debido a que era el primer día que no
llovía en 4 semanas.
Dirigimos nuestros pasos a lo que
(ellos) llamaban un restaurante mexicano, en el que no tenían ni Coronita y la
comida era precocinada. Cuál fue mi sorpresa cuando aparece la camarera y nos
empieza a cobrar uno por uno! Yo no daba crédito, imaginaros, me invitan a
cenar pero cada uno se paga lo suyo, o sea, que en realidad me invitaron a
acompañarles a cenar. Y todos tan normales, eso sí.
A las 9 y media habíamos terminado de
cenar y, creo que por pena, me llevaron a tomar una copa de vino porque mi jefe
se había quedado con el remordimiento de que le había dicho el día anterior que
a mí me gusta el vino y en el mexicano habíamos pedido cerveza. Al final fui
sólo yo la que tomó vino en el bar que encontramos, y es que ellos siguieron a
cerveza, que de cada una que se toman se pimplan medio litro. Esta vez, eso sí,
mi jefe me invitó al vino y cada uno se siguió pagando lo suyo (incluido de
nuevo el pobre profesor de Hamburgo que estoy casi segura que se ha pagado
también su tren y su hotel, pobrecico, amén de dar la clase magistral esta
mañana).
Una vez acabado mi vino y sus
cervezas, volvimos al instituto de Anatomía para coger el coche, porque me
llevaban a casa. Antes de ello despacharon al invitado con 2 explicaciones de
dónde encontrar su hotel (nada de acompañarle hasta la puerta, que se haga un
hombre y si se pierde que pregunte, coño).
Llegados al instituto, mi jefe me
abre el coche y me dice que espere un segundo que van al baño todos (el baño
fueron unos árboles, os juro que se echaron una meada de litro de cerveza en
los árboles de la entrada de la facultad y se quedaron más anchos que largos).
Ni qué decir tiene que las normas de
educación más básicas para nosotros, aquí son inexistentes, podéis imaginaros
después de la invitación/no-invitación y de la meada campestre colectiva. Un
hombre alemán jamás te cederá el paso en una puerta ni tan siquiera te
esperará: saldrá corriendo y es tu problema seguirle. Tampoco esperará para
empezar a comer hasta que todos estén servidos, ni te servirá té o café o un
trozo de algo: agarran la cafetera y allá se acabe el café: to’pa’ellos. Lo
cual hace incómodas algunas situaciones, la verdad, porque por ejemplo no
estamos acostumbradas a correr detrás de 5 tíos de casi 2 metros, que donde
ellos dan un paso yo necesito 4.
De todo ello saco las siguientes
conclusiones: cuando tengamos a un invitado alemán puede pagarse su comida y
bebida, es autónomo para ir caminando solo a su hotel incluso en una ciudad
desconocida y por la noche. Tengo que investigar la parte de los billetes de
tren y del hotel. Lo único que hay que vigilar es que, una vez bebidas sus
cervezas, no se nos ponga a mear en cualquier lado.
PD.- Acabo de cruzarme con Lars, el
profesor de Hamburgo, que se iba solito para la estación de tren…
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