lunes, 7 de abril de 2014

Crónicas alemanas (4)

Hoy el correo que os envío es un poco más serio. A veces pienso si no estaré formando parte de un experimento sociológico organizado a nivel europeo. Algo así como un proyecto Merckel-Rajoy.
Cada persona da lo que querría recibir si estuviera en el lugar del otro y en este punto los ciudadanos alemanes y españoles tenemos grandes diferencias. Cuando recibimos a alguien de fuera en España lo agasajamos comiendo, saliendo, llevándole a todos lados como si fuera un niño pequeño y dando gracias que le dejamos tiempo para dormir y ducharse. Eso es para nosotros portarnos bien con un invitado.
Sin embargo un alemán no hará contigo nada de eso, ya os he ido contando la peculiar relación que tienen con la comida, pero a cambio hará por vosotros lo que ellos necesitarían. Irá a recogeros al aeropuerto, cargará vuestra maleta escaleras arriba con una sola mano, se encargará de que tengas todo listo en el piso, de aprender cómo funciona la lavadora y la secadora, te hará copias de todas las llaves de todas las puertas que puedas querer abrir, te dará de alta en Internet en la universidad, pegándose con los administrativos y perdiendo contigo en la secretaría más de hora y media, te enseñará a descifrar los planos de metro o te acompañará a sacar el abono transporte (el cual a tu llegada ya tenía relleno). Entre otras cosas.
Un alemán que coge el mismo metro que tú ¡jamás! te preguntará si ya te marchas a casa (eso no es asunto suyo) por si os vais juntos, pero a cambio te comprará una coca cola y te la dejará en el escritorio porque hoy hace mucho calor y tienes que beber, que este es el último piso, da mucho sol, la temperatura es altísima y te vas a deshidratar.
Son ese tipo de cosas las que hacen que te den ganas, con el paso de los días y la confianza, de tocarles y achucharles sin ningún ánimo lascivo. Dichosos españoles lo sobones que somos, no nos damos cuenta hasta que nos sentimos cohibidos y es que esta gente ni se roza. Igual los niños los hacen a distancia. Tienen un espacio vital, digamos, bastante ancho.
A costa de nuestras diferencias nos reímos bastante. El otro día por ejemplo, enseñé a preparar el mate a dos compañeros. La cosa viene de que a la mujer de uno de ellos le encanta Vigo Mortensen, que parece ser que toma mate, y ella empezó con aquello de la bombilla y la yerba y él por extensión la siguió y además contagió a otro compañero. Pero el caso es que cada uno matea en su propio mate. Cuando les expliqué que el mate tiene casi un aura de ritual, que se pasan horas mateando, contando historias, que todos toman de la misma bombilla…uno de ellos me dijo riéndose que él es demasiado alemán para beber del mismo vaso que otro. Total que andamos con la coña todo el día.
Con quien comparto el proyecto, Christian, es, con mucho, el más alemán de todos.
Por eso pienso que si nos han puesto a trabajar juntos por aquello del estudio antropológico. El primer día debió flipar cuando hice un sinpa en el metro (total, era una estación y me dijo que los domingos no había revisores). Pero no hacemos más que divertirnos a costa de las dificultades culturales. Hoy por ejemplo hemos descubierto que en España somos más rápidos a la hora de conseguir artículos de revistas en las bibliotecas, que en Alemania rentabilizan más los recursos de la universidad y que los austriacos son unos chapuzas haciendo lámparas (había que meterse con alguien y les ha tocado a los vecinos de abajo).
Todos los días atravieso la plaza del mercado, donde se monta el mercadillo de Navidad, para ir a coger el metro. En un extremo de la plaza está la sinagoga, destruida y convertida en la iglesia de Nuestra Señora (vamos que el rey de turno en el siglo no se cuantos quiso hacer allí la iglesia para lo cual quemó la sinagoga con algunos judíos dentro, no fuera a ser que protestaran por quemarles el templo).
Y pienso que ojalá usáramos las cosas que nos diferencian para acercarnos a las personas: os aseguro que en ello estamos en esta enriquecedora experiencia hispano-alemana.

Hoy estoy muy contenta: he tirado la basura como las personas civilizadas, tras descubrir que son los miércoles el día de sacar los cubos.

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