lunes, 7 de abril de 2014

Crónicas alemanas (5)

Mi intensa vida social

En estas dos semanas escasas que me restan por tierras germanas se me han acumulado los compromisos sociales y es que este fin de semana pasado estuve en Viena y el anterior con un Mini visitando campos de concentración. Os incluso una crónica de la visita al primero de ellos y la alterno con este otro relato para quitar dramatismo.

Tenemos una pequeña cocina en la tercera planta del departamento, donde está mi despacho, la cual se utiliza para dos cosas. La primera viene siendo lo convencional para una cocina, que es preparar té o café. Hay una nespresso, con un batidor de leche que tiene una costra de mierda la cual intenté despegar durante los primeros días, pero viendo que era imposible y que el resto de compañeros que batían allí la leche y se la bebían, sobrevivían al procedimiento, empecé a hacer lo mismo con idénticos resultados.
La segunda función de la cocina es muy curiosa. Cuando alguien quiere decirte algo personal, en vez de ir a tu despacho, se queda apostado detrás de su puerta (a veces durante horas) esperando a que te levantes a hacerte un café y es en esos 2m2 de sala donde te hace llegar sus inquietudes.
La semana pasada, por ejemplo, fui abordada por el japonés. Empezó preguntándome si me había traído comida, a lo que no le contesté claramente impregnada como estoy del egoísmo teutón por los alimentos, y acabó confesándome que se encuentra solo y que nadie le habla. Como no puedo ver sufrir a nadie, ni aunque sea japonés, me he ido algunos días a comer con él.
El primer día que salimos a comer, eligió un sitio de comida rápida tailandesa y durante la comida me contó que está aquí con su hija de 6 años que es hiperactiva y con su mujer cuya ocupación desde hace 5 meses es chatear con las amigas en Japón. En mitad de la comida empezó a sudar con gruesas gotas que le caían por la mandíbula y aún no se si es por su situación familiar (imaginaros la niña dando saltos y la mujer con el chat), por el picante de la comida o por el trabajo que le cuesta hablar en inglés.
Hoy por ejemplo de repente desapareció y el turco y yo buscábamos alarmados en la plaza pensando que una alcantarilla se lo había tragado, cuando le vimos salir del supermercado. ¿Pensáis que dio alguna explicación? No.

Esta semana tengo una cena. Mi jefe ha decidido organizar una cenita en Nuremberg este jueves a la que vendrá entre otros también mi compañero Christian que es vegetariano. Esta tarde me le encontré en el tren de camino a casa y estuvimos hablando para elegir el sitio. Decididamente, Christian y yo somos un experimento. No hay ninguna duda. Resulta que él apenas conoce sitios para cenar y al único que ha ido es a un restaurante ayurvédico, que yo sabía de la medicina y de los masajes pero no de los restaurantes. Le he explicado en el trayecto Erlangen-Fürth las maravillas de la cocina peruana y creo que le he convencido de las excelencias del ceviche. Ahora se trata de encontrar un peruano auténtico, porque aquí lo típico es que si en la puerta pone restaurante italiano (a modo de ejemplo), el dueño es francés, el cocinero indio y da gracias si saben que en Italia se come pasta.  Me veo cenando el jueves un bocadillo en bolsa de papel en la plaza.

Este miércoles durante el horario laboral otro compañero me ha invitado a una actividad no gastronómica. Resulta que van a abrir 15 cráneos para los estudiantes de medicina y me ha dicho si quiero acudir al evento, sierra mecánica en mano. Este compañero fue quien pronunció la frase gloriosa del Campari, que no recuerdo si os he contado, pero si es que no la dejo pendiente para otra ocasión.
La otra frase gloriosa fue de Jörg. Me contó que había tenido una novia colombiana y que (y cito textual) “todo lo que sabía de caracoles (ella) lo había aprendido de él”, dicho con una cara de nostalgia que te partía el alma, que no sabía yo que los caracoles dieran para tanto.

El domingo tengo también salida en Nuremberg y es que por la tarde mi compañero el turco da un concierto con su grupo al que vamos a ir varios del depar. No he conseguido entender muy bien qué música tocan, pero me ha dicho que su instrumento es el “nosecómo” que debe ser algo así, ya traducido, como una bandurria alemana. Tengo que informarme más de esto del concierto para poder daros más detalles.

Y para completar el calendario, al menos de momento (que visto lo visto igual me surgen más planes), el jueves de la semana siguiente, o sea, la noche antes de irme, mi jefe ha organizado una barbacoa en su casa. Este punto de la invitación domiciliaria me tiene bastante inquieta porque desde hace semanas me persigue diciendo que tengo que ir a su casa a conocer a sus niños, y digo yo que por qué ese interés en que vea a los niños. Tiene dos retoños, de 6 y 3 años, que igual quiere que me los lleve a España y yo, que he visto fotos de las criaturas y son rubios y blancos, no estoy por la labor. Estos chiquillos tan arios siempre me han dado un poco de temor, tal vez no debí haber visto la película de los chicos del maíz porque creo que mis miedos vienen de ahí. La cuestión es que además dice que va a invitar a amigos y que el jardín que tiene casi no puede denominarse así, vamos, que estaremos apretaditos como la gente decida acudir en masa a la cita.  
Fijaros si no es para estar asustada que hoy me ha escrito un correo informándome de la cita (incluso de la dirección de la velada) en el que acaba diciéndome que “my children will be there waiting for you”. ¿Esperándome a mí? ¿Será que los niños comen españoles? Esta última actividad social que os comento me tiene en un estado de agitación permanente, sobre todo por tanta insistencia con las criaturas.

He pensado ofrecerme a preparar una sangría durante el acto social de mi despedida, que si veo la cosa chunga la pongo cargadita mientras asan las salchichas en la parrilla y que se agarren un pedo del 15, retoños de mi jefe incluidos, en el caso de que resulten molestos o me muerdan una pierna.


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